Nosotros, los vencidos
Nosotros éramos el germen de una España mejor. Nosotros, los vencidos. Los que en el año 31 teníamos 15 años y en el 36 los 20 precisos para tomar un fusil y lanzarnos, sin saber aún por qué, a la lucha fratricida. Pronto, sin embargo, lo supimos.
Habíamos quedado de la banda de acá, porque el azar de la contienda así lo dispuso. La Historia española, desde hace siglos, acaso milenios, se reduce a estar en una u otra banda, siempre acá o allá, y siempre a la fuerza. Nunca se le ha permitido al español que eligiese su destino, ni siquiera en las airadas circunstancias bélicas, que han sido la casi única circunstancia peninsular. Por eso, precisamente, por el continuo guerrear nuestro, el libre albedrío es planta absolutamente desconocida en el país. La juventud ha andado siempre a trompicones, sirviendo de carne de cañón, malogrando sus impulsos creadores y generosos. España, en realidad, nunca ha tenido juventud. Si nos hubiesen dejado la nuestra en paz, nosotros hubiésemos sido el germen de una España mejor.
Habíamos nacido a la vida del pensamiento en una época nueva. Habrá que decirlo pronto: habíamos nacido con la república del 31, la mejor promesa de regeneración nacional, la auténtica ocasión perdida, que también los pueblos tienen, como los hombres, y que ya raramente se repite. Nosotros sabemos que, pase lo que pase, aquella ocasión, con todo lo que tenía de ancho y noble, jamás se podrá recuperar. Se ha hablado de un millón de muertos; pero esto es sólo una cifra fría, por más que asombre. Bastaría un muerto, tal vez; bastaría el inmenso dolor de cada muerte, que pesará para siempre sobre los hombros de cada uno de nosotros. No es un millón; somos treinta millones, y aún esto es poco. Es el atasco desesperado de la vida nacional, el triste legado que heredarán nuestros hijos; es, por encima de todo, el salvaje desprecio con que ha sido tratada la dignidad humana.
Fotografía: Álvarez Blázquez (dereita) durante a descuberta das famosas estelas galaicorromanas de Vigo.
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